Soy de Chiclayo, Lambayeque. He crecido en una familia, que pensaba que ser cristiano era participar en los actos litúrgicos de Navidad y Semana Santa, es decir no era una práctica real de fe. Cuando tenía 15 años, invitaron a mis padres a un retiro, pero no podían asistir, y yo fui en lugar de ellos reemplazándolos. Es allí donde empecé a participar en las actividades de la parroquia, mi hice catequista, tenía a los niños, empecé a formarme para la confirmación.
Durante las vacaciones fui a Lima, porque allí estaban mis hermanos. Desde allí, no sé por qué, envié a mi mamá una carta diciéndole que yo quería ser religiosa cuando termine mis estudios. Cuando llegué a casa era todo un revuelo, nadie me creía, porque yo era una joven dada a la moda, a escuchar música, a las amistades. Era la más inquietas de mis tres hermanas, la que le gustaba las bromas, los bailes, siempre en casa, no discotecas, es decir una diversión sana, pero era muy inquieta. Los chicos de la parroquia decían que si yo iba al convento iba a cambiar el hábito, “ya te imaginamos con un hábito de colores, rayado o cuadrado”, me decían.
En Chichayo, las Madres se hospedaban en una casa de una amiga. Yo les había dicho a mis amigas que quería ser religiosa. Y mi amiga se lo dijo a las Madres. Ellas vinieron a mi casa, hablaron con mis papás, hablaron de lo que significaba la vocación. A mí me gustó la misión, y me invitaron a ir a Caravelí. Madre Graciela y Madre Lorenza hicieron firmar el permiso para ingresar al Convento a mis papás, pues todavía era menor de edad. Cuando terminé mi 4º año de secundaria, las Madres me invitaron a Caravelí, y fui con mi amiga porque ella también tenía esta inquietud. Tuve la gracia de conocer a Nuestra Madre Wilibrordis, y estuve en algunas de sus clases. Estaba como visita y también vivía con las aspirantes, en el convento “Betania”. Regresé y empecé a estudiar mi 5º de secundaria, corté un poco la comunicación con las Madres, porque era joven, y los pensamientos de “estará bien lo que voy a hacer, cómo será…”, me perseguían.
Ya al finalizar mi 5º año, me contacté nuevamente con las Madres, porque estaba segura de que debía hacerlo. Mis papás se habían desanimado, pero el permiso ya estaba firmado. Mi mamá no quería recibir a las Madres para no comprometerse, entonces hablé con las Madres, y quedamos para una fecha en febrero. Mi papá me entendió y me apoyó. Buscó papeles, partidas, buscó las cosas. Él parecía el más ilusionado, pero ambos mi papá y mi mamá me apoyaron. Las jóvenes y el párroco de mi parroquia me animaban, aunque también estaba la duda si podría perseverar. Bueno aquí estoy, tengo casi ya 30 años en el Convento, desde 1997 y he perseverado por la gracia de Dios, en esta hermosa misión.
Madre Verónica MJVV, Perú