Todo comenzó hace 24 años. Por la tarde mi mamá me dijo: “tengo ganas de ir a Misa, acompáñame”. Le contesté: “no, porque estoy sucia y todos me van a mirar”. Ella insistió: “vamos, tengo ganas de ir” Le dije: “Bueno, pero nos ponemos al último”. Y nos fuimos a Misa. Al término de ésta el Padre, invitó a los jóvenes a participar en el grupo de la Acción Católica. El sábado siguiente a las 18 horas estaba en la Iglesia, los jóvenes me recibieron con gran alegría. Se dividieron las áreas de trabajo dentro del salón, el presidente de los jóvenes nos llevó aparte a los chicos nuevos, y nos presentó las áreas: enfermos, pobres (misión), oración y jóvenes. Yo elegí el área de misión. Dios sabía lo que tenía preparado para mí. Desde ese sábado 11 de junio, no falté nunca a Misa. Me confesaba y comulgaba con frecuencia. Sin darme cuenta comencé a sentirme diferente, era otra persona sin proponérmelo.

Un día el párroco invitó a un sacerdote y una religiosa para dar su testimonio vocacional frente a los jóvenes. Al escucharlos, quedé un poco inquieta, pues nunca me pregunté si podía serlo. Una mañana consulté con una de las hermanas del colegio: “¿cómo uno sabe que tiene vocación a la vida religiosa?” Me respondió: “uno ve una flor y le habla de Dios, uno ve un pájaro y le habla de Dios”, como eso no me pasaba, yo no tenía vocación. Entonces, me puse de novia con un joven de la misma área de trabajo en la Acción Católica, teníamos la misma edad y los mismos ideales, yo sabía que él se estaba dirigiendo con un sacerdote porque se estaba planteando su vocación sacerdotal. Él sabía también mis inquietudes por la vida consagrada. En 1996 ingresé a la facultad de Humanidades en San Miguel de Tucumán, en la carrera de Ciencias de la Educación, realmente me encantaba, pero mi corazón seguía inquieto.

En agosto de ese año providencialmente llegaron las Misioneras de Jesús Verbo y Víctima a mi parroquia para hablar de su carisma. El joven con el que compartía mis ideales me dijo: “No vayas a preguntar nada en la charla, sino todos se van a dar cuenta que te estás planteando la vida religiosa”. Cuando las vi en el salón me quedé impresionada, primero por el hábito que llevaban, y después con lo que hacían, eso era lo que mi corazón buscaba. En ese momento no pregunté nada. Tuve vergüenza de anotar el número de teléfono que anotaron en el pizarrón. Al salir del salón cuando ya no había nadie, me encontré con Madre Hildelitha y le pedí el número de teléfono. Llegado el día de la jornada no pude asistir. Mi mamá se enfermó y me puso muchos “peros” para poder salir. ¡Qué tristeza! Pensé que nunca más iba a saber de ellas. Cuando una mañana, una amiga trajo a mi casa el periódico “Cristo Hoy”, las MJVV estaban en primera plana con el título las: “Las Monjas Rambo” e invitaban a las jóvenes a una jornada y me dije “en esta no puedo faltar”. El día del encuentro pregunté a mi papá: “Me podés llevar a un encuentro de jóvenes frente al colegio”, y dijo “si”. Fue un día maravilloso, volví a mi casa dispuesta a dejarlo todo. Hablé con el padre vicario de la parroquia, y me dio la bendición, pero…no pude, me faltaron fuerzas, era mucho lo que tenía que dejar.

En el mes de diciembre llegó una invitación de las Madres para realizar una misión en un pueblo de Tucumán. Fuimos 6 chicas de la Acción Católica, pude ver más de cerca la labor de una MJVV. Cuando llegó el sacerdote para la Santa Misa, Madre Hildelitha me presentó como una futura misionera. Yo contesté: “quién le dijo que yo voy a ser una de ustedes”. Después sentí mucha vergüenza y me acerqué a pedir perdón por mi actitud inmadura, la Madre me dijo: “Yo sé que un día usted será una de nosotras” … A principios de marzo llegó mi primer desprendimiento, ése joven con el que compartíamos los mismos ideales, entraba en el seminario. Mi corazón atravesaba sentimientos contrarios, experimenté la alegría de su entrega a Dios y la tristeza de la separación. Me encontraba cursando el segundo año de Ciencias de la Educación, pero no con la misma alegría, de mi mente no podía sacar a las Madres. Llegó fin de año y con él los últimos exámenes y me dije: “¿qué estoy haciendo de mi vida, si esto no es lo que quiero?”. Terminé de rendir dejando impecable mi segundo año.

Hablé con el párroco, manifestándole mi deseo de consagrar mi vida a Dios. Al concluir un campamento de la Acción Católica. Al final de la Misa, pedí a mi mamá que me acompañe al Sagrario, pues necesitaba hablar con ella. Le conté mi decisión, ella me dijo:

  • Ya lo sabía. En el campamento pensé: mi hija no es para las cosas de este mundo. El padre me había dicho: “Betty prepárate porque la chinita, en cualquier momento se te va” … Pero… mamita, yo pensé que esto iba suceder después que termines tu facultad, no tan pronto.

  • Mamá, no puedo esperar más, tengo muchas ganas de saber si Dios me quiere como su Esposa o no. ¡Déjame ir!, ¿sí mamita?

  • Y ¿tu papá?

  • Por favor vos contále cuando yo esté en el campamento con los jóvenes.

Al regresar del segundo campamento, mi mamá había cumplido bien su tarea, pero no esperé encontrar a mi familia en esa situación: mi casa parecía un velorio, todos lloraban, casi ni me miraban por no decirme nada, ese domingo llovía mucho. El lunes nadie quería almorzar, todos estaban tristes y yo me decía: “¿qué estoy haciendo, será que estoy en lo cierto o estoy equivocada?”. En la noche cuando mi papá llegó del trabajo, se retiró a descansar; yo fui detrás de él, me acosté a su lado, lo abracé y le conté mi decisión. Él me dijo:

  • ¿Alguien te obliga a esto?

  • No papá

  • Y porque tan lejos, igual puedes servir a Dios aquí.

  • Papá, por favor, déjame que lo intente. Si no, nunca voy a saber si Dios me quería o no como Religiosa

  • ¿Esto te hace feliz?

  • Sí, papá

Y mi padre en medio del dolor de entregarle su hijita a Dios me dijo:

  • Entonces a mí también me hace feliz, vaya, tiene mi permiso.

¡Cuánta alegría experimentó mi corazón! Tenía el permiso de mis padres. El martes y el miércoles seguía el velorio en mi casa, pero en la noche del miércoles, cuando llegó mi papá de su trabajo, desde la puerta gritaba: “¡Gorda! (refiriéndose a mi mamá), ¡Rata! (así me llamó siempre) yo no sé qué tiene el convento, pero a toda la gente que llegó a la escribanía, le conté que mi hija se quiere ir al convento y todos me felicitan: tu hija no pudo elegir cosa mejor”

  • ¿Cuándo se quiere ir mamita?, me preguntó.

  • Después de Pascua

  • ¿qué necesita? Tengo que ir al médico para ver si tengo buena salud y comprar algunas cosas

  • Mañana mismo vamos, me contestó mi padre querido.

Cada día mí papá me traía algo para el convento: medias, camisetas, el bolso para el viaje…hasta la gente de la Parroquia nos ayudaba. Además, hacía un tiempo que era animadora de la Catequesis Familiar, ellos me ayudaron mucho. Porque en primera instancia iba a viajar sólo con mi mamá, por lo costoso del pasaje, pero Dios no se hizo ganar en generosidad así que pudimos partir los tres. En las vísperas de mi viaje todos los jóvenes se reunieron en mi casa para despedirme, fue una muy grata sorpresa. En la terminal de ómnibus estaban todos: mis familiares, los jóvenes, los niños y sus padres de la catequesis, mis compañeras del colegio, era un mundo de gente. Con el corazón inundado de alegría, subí al ómnibus y de la puerta grité: ¡ALABADO SEA JESUCRISTO! Y a un solo grito se escuchó ¡POR SIEMPRE SEA ALBADO!

El día de mi partida a esa nueva vida a la cual Dios me llamaba, fue un jueves 23 de abril de 1998. Hoy soy Misionera de Jesús Verbo y Víctima de Votos Perpetuos, pronta a cumplir bodas de plata. Actualmente sirvo al Señor en tierras paraguayas. Soy feliz, muy feliz y puedo asegurar que mis padres y hermanos lo son igualmente con mi vocación.

En una carta que recibí de mi hermano, cuando era novicia, me dijo: me siento orgulloso de lo que emprendes en tu vida. Mi papá, ya jubilado, no deja de hablar de su hija religiosa. Tiene en su portafolio fotos mías, así que soy muy famosa. Mi mamá y mi hermana tienen la seguridad de que su hija y hermana reza por ellos e intercede por su familia. El año pasado fui a visitar a mis padres y Dios permitió que estando yo en casa mi papito se enfermara. Estando muy mal mi papá, al lado de su cama le pregunté:

  • Papá, ¿algo te preocupa? ¿qué es lo que te pone mal?

  • Mamita, cuánto quisiera que mis hijos y mis nietos vivan todos a mi lado

  • ¿yo te hago sufrir papá?

  • No, mi amor, usted está todos los días de mi vida aquí (señalaba su corazón) usted le ha dado un OK a Dios y tiene que seguir adelante.

Una vez más el Señor me mostraba, cuál es la vida que Él quiere para mí. Hoy doy gracias infinitas al Señor por el inapreciable don de la vocación. Sé muy bien a lo que he renunciado en la vida, lo que he dejado atrás por seguir su llamado y no me arrepiento de haberlo hecho. Si tuviera que volver a elegir, elegiría ser Misionera de Jesús Verbo y Víctima, para servirle entre los más alejados, abandonados y pobres que carecen de la presencia del sacerdote.

Madre María Yolanda MJVV, Argentina.

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