Soy de una familia católica, tenía un tío sacerdote y tres tías religiosas, que ya han fallecido. He vivido en un ambiente con figuras consagradas a Dios. Recuerdo que a los tres años ya quería ser monjita, quería quedarme con una de mis tías a la que fui a visitar.

Pero a los catorce años, cuando manifesté mi deseo de ingresar a un convento, se opusieron, diciendo que era muy joven, que no sabía lo que era la vida, no conocía el amor, según ellos. Entonces quedó en el olvido hasta los dieciséis años, cuando llegó a mis manos un semanario, que hablaba de las Misioneras de Jesús Verbo y Víctima. En ese momento, yo no capté el nombre. Me llamó poderosamente la atención la imagen de una Madre en caballo, y el título que decía: “Las Monjas gauchas”. Leí la vida, el carisma, y me encantó muchísimo. Se lo dije a mi madre “si Dios me llama, quiero ser de esta congregación”. Luego con los ajetreos de la vida y las amistades, fui apartándome de mi deseo.

Comencé a estudiar medicina en la universidad. Pero empecé a tener problemas de salud. Que los médicos no podían curar porque eran problemas espirituales que se manifestaban en lo físico. Siempre me he aferrado mucho a la oración, confesión, comunión y Santa Misa. Dios me empezaba a llamar nuevamente. Los médicos recomendaban reposo, descanso. Yo sabía que era algo más pero no quería aceptarlo. A los 19 años, empeoré. Una de mis primas aconsejó a mi madre a llevarme a un curandero. Él me hizo poner de rodillas, me colocó un paño blanco en la cabeza, me miró y le dijo a mi madre: “el problema de su hija, es su vocación. Ud. se aferra mucho a ella, y es por eso que se pone mal físicamente”. Salimos en silencio, no comentamos más.

En el mes de mayo, retomé los estudios. Un domingo fui a Misa a las 7 am. y me quedé todo el día llorando, no sabía que me pasaba, en realidad si lo sabía, Dios me estaba llamando y me costaba dejar toda la vida que estaba llevando, mi carrera, mis ilusiones, todo. Entonces llamé a mi madre y le dije lo que me estaba pasando. Ella sabía mi deseo, y volví a mi tierra. Mi mamá me ayudó a buscar a las Madres, pero parecía imposible, porque de “monjas gauchas”, nadie sabía. Fui al obispado de Catamarca, Monseñor y nadie sabía. Me fui a la diócesis de La Rioja, Monseñor me ayudó, contactándome con un sacerdote que conocía a las Madres. Me dieron varios números de distintas Congregaciones, y al final, un número sin nombre. Era ese. Respondió Madre Cristófora, muy amable y entusiasmada por una vocación. Pude conocer la Congregación, y conocí su nombre: Misioneras de Jesús verbo y Víctima. Cuando las vi, dije “esta es mi Congregación, esta es mi vocación”. Llegué a San Rafael, al Convento “Nazareth”, donde me recibieron las Madres el 15 de julio 1996.

Madre Ayelén MJVV, Argentina

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