Quienes lo conocieron de cerca, como sus misioneras, sus feligreses y muchas personas que experimentaron su bondad de corazón cuentan de él:
- Tenía un gran celo por las almas. Consciente de su misión, se dedicó a las almas, no solo administrando los sacramentos y con todos los actos de su ministerio sacerdotal. Se sacrificó por ellas vicariamente, es decir, rezando en su lugar, para que ninguna de ellas se pierda y alcancen la salvación eterna.
- Siempre fue atento y servicial con todos. A pesar de estar ocupado, quienes iban a consultarle en busca de un consejo o favor, experimentaban su caridad exquisita. Cuando tocaban a su puerta, en el momento que fuese y sea quien sea, solía contestar con un ¡Adelante!
- Supo armonizar su vida austera con la alegría y el buen sentido del humor. Fue realmente un bienhechor de paz y felicidad. Así como se le veía sonriente y amable por los caminos y en su habitación, así también se le recuerda inmerso en profundo recogimiento y meditación en la Celebración de la Santa Misa y otros actos litúrgicos.
- Sus exalumnas de los colegios y universidades donde enseñó, coincidieron en su opinión de que Monseñor Kaiser, no solo fue un sacerdote muy preparado, sino que lo describían como un santo. “su santidad … era la que nos atraía y nos llevaba a Dios sin notarlo nosotras. Era esa santidad de todo su ser, … la que nos educaba y formaba … era viva imagen de Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote. Si el Padre Kaiser era para todos tan bueno, tan bueno, ¿cómo sería Jesús?” (Consuelo Zagal de Rovira, exalumna). Tenía un trato especial con todos, sabía escuchar y animar. Y esto logró que muchas personas no creyentes se acercaran a Dios.