Quiero agradecer a Mons. Federico Kaiser, los muchos favores que he podido recibir de Él. Entre ellos dos que me han conmovido…

Sucedió en el año 1974, visité el Convento Cenáculo Caravelí. Cuando tenía que regresar, Mons. Kaiser rezó en la Santa Misa por un buen viaje, y me dijo que rezaría por mí. Partí, rumbo a mi destino, llegué a Atico, pasado el mediodía, esperaba el carro para seguir el viaje a Lima, pero no conseguía ningún carro que me pudiese llevar. Estaba con mis dos pequeñas hijas de 5 y6 años, que se encontraban aburridas por la larga espera. En esos momentos, recordé que Mons. Kaiser, me bendijo y al instante apareció un carro, parándose delante de mí. Él que conducía me preguntó qué es lo que esperaba. Le respondí que quería viajar a Lima. Se ofreció para llevarnos. Le pregunté cuánto me cobraría. Él me respondió: «Suba, después hablamos» Así, partimos. Llegando a Nazca me dijo: «Señora, es hora de cenar. Baje y use el dinero que tenía que pagarme para la cena de sus niñas» Así lo hice. Después de esto continuamos el viaje. Llegando a Lima me dejó en un lugar muy seguro, recomendándome que me cuidase de los ladrones. Luego me embarqué en un ómnibus que nos llevó hasta Huancayo, mi destino. Yo estoy muy segura que Mons. Kaiser me hizo llegar sin ninguna novedad a mi hogar. Desde aquella fecha yo le tengo mucha devoción y con mucha confianza le pido aquello que necesito, y él lo cumple. Diría que Mons. Kaiser en vida ya era un santo.

Mons. Kaiser se distinguió por su sencillez y humildad.

Un segundo favor: Viajo con mucha frecuencia a Lima por mi salud. En uno de estos viajes regresaba de Lima a Huancayo. Llevaba dos bolsas grandes, una de compras y otra de ropa. En el paradero se acercó una señora desconocida y me hizo una pregunta, yo me distraje con esto y en ese momento me quitaron mis bolsas. Mi única reacción fue decir: Padre Federico, ayúdame por favor. Sin darme cuenta yo también había cruzado la pista. Encontré a un señor a quien le pedí que me ayude a recuperar mis bolsas. Éste dio un silbido al ladrón, diciéndole que me las devolviera. El ladrón de inmediato dejó las bolsas intactas y se fue. Yo lloraba de emoción, agradeciendo a Mons. Kaiser por este favor… Después de un momento el ladrón regresó, me pidió perdón y se fue.

E. Ch. A. Huancayo, Perú.

 

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