Hace algún tiempo, salimos dos madres a nuestras acostumbradas misiones en Tin Tin, la zona del Alto, a uno de los centros llamado Santiago y sus comunidades. Era invierno, en esta zona hace mucho frio. Fuimos equipadas para la Evangelización como también para una asistencia médica con lo más necesario. Llegamos más o menos a las cuatro de la tarde. Tocamos la campana, señal de nuestra presencia, empezamos a arreglar la capilla y nuestro cuartito.
Más tarde llegaron nuestros fieles, rezamos el Rosario, hicimos la Celebración de la Palabra y una catequesis con cantos. Al despedirnos de todos, vimos que al fondo de la capilla, estaba un joven de más o menos 20 años. Se acercó a nosotras y nos preguntó si teníamos medicina, a lo que contestamos “sí”. Y le pedimos por favor, si podría regresar al día siguiente por la mañana temprano para atenderle bien, pues ya era muy tarde. Nos contestó: “está bien madrecitas mañana vendré”. Al día siguiente tocó la puerta, era temprano. La madre encargada de la medicina le atendió.
El joven se quejó de un dolor en la pierna. La madre le pidió que se alzara el pantalón para poder verle. El joven se ruborizó un poco, pero lo hizo. Tenía el muslo envuelto con una tela que estaba manchada totalmente de pus y expedía un olor putrefacto. La Madre preguntó:
– ¿Qué pasó?
– Me salió un granito, me daba comezón y después de un tiempo empezó a salirme pus. En la posta me dieron pastillas, pero no me hace nada. He ido al curandero y me dice que es del hueso, me ha sahumado con sus yerbas pero no me hace nada. Y como no se cura recurrí a los hermanos, ellos han orado por mí y me han dicho que tengo que ayunar porque debo tener pecados. Pasa el tiempo y voy empeorando, es por eso que he venido a ustedes.
– Julián, primero tengo que lavar la herida, luego debo curar con lo que tenemos. Te voy a poner una ampolla para la infección y vitaminas.
– Madrecita esa vitamina, va a hacer que tenga hambre y los hermanos me han dicho que ayune.
– Si quieres curarte, tienes que comer.
– Está bien madrecita.
Durante esos tres días la Madre curó la herida y aplicó la medicina correspondiente a la infección. Terminando nuestra labor apostólica, pasamos a otro pueblo, dejando al joven en las manos de Dios. Nosotras hicimos lo que estaba a nuestro alcance.
Después de dos años, fuimos a una fiesta Patronal y fue gran sorpresa encontrarnos con Julián. Él corrió a nuestro encuentro y nos dijo: ¡Madrecita me curé!… Ahora me voy a casar, he venido con mi futura esposa. Nos la presentó. Pidieron su charla de matrimonio para casarse en el día de la Fiesta. Nos alegramos con ellos y dimos gracias a Dios, por guiar nuestra inteligencia y nuestras manos para poder aliviar la enfermedad de nuestros fieles. Muchos de ellos por falta de dinero no recurren a los hospitales o centros, de salud dejando que la enfermedad avance y se haga crónica.