Dice el Papa Francisco: “Los abuelos son la sabiduría de la familia, son la sabiduría de un pueblo. Y un pueblo que no escucha a los abuelos es un pueblo que muere”.
Lamentablemente muchos de nuestros ancianos viven en situación de abandono, muchos de ellos tienen hijos que ya formaron su propia familia. Sus hijos están en el mismo pueblo, o en la ciudad o fuera del país trabajando.
El abuelito Pedro de 80 años aproximadamente, estaba casi invalido, no podía mover sus miembros inferiores, por lo que mayormente estaba en cama. Cuando los días eran de sol salía arrastrándose para estar un rato afuera. No veía, pero nos reconocía por la voz, cuando de lejos le llamábamos se ponía contento, porque sabía que le llevábamos algo para satisfacer el hambre, ya que la hija salía temprano a cuidar el ganado, ambos esperaban su regreso para alimentarse, es decir que recibían una sola comida al día. Pedro vivía con su esposa y una hija con deficiencia mental, de la cual los vecinos abusaban no renumerándole como corresponde según su trabajo. Su casa es muy precaria de adobe y techo de pajas, con solo dos cuartos donde compartían con sus perros y gatos, en invierno pasaban frío porque cuando llovía entraba agua por los agujeros. Así que con los jóvenes del grupo pusimos plástico en el techo para evitar las goteras.
Ninguno de los tres recibía una ayuda monetaria del gobierno para su sustento, vivían de su trabajo cotidiano hasta que se enfermaron. La hija trabaja cuidando cabras, ayudando en las cosechas a sus vecinos, otras veces esperando la caridad de los moradores del pueblo.
Nosotras junto con el alimento espiritual le llevamos el alimento corporal cuando nos era posible. En el tiempo de pandemia gracias a la colaboración de la radio de la diócesis pudimos aliviar la miseria de nuestros abuelitos. Pero les llegó la hora de presentarse ante el Señor, primero enfermó la abuelita y falleció. Al año siguiente el abuelito Pedro. No pudimos llevarlos a algún lugar más propicio para ellos, porque los hijos se oponían. A Dios gracias ambos ya pasaron al lugar donde no hay sufrimiento ni llanto.
Como el abuelito Pedro tenemos más ancianos con una historia semejante, por quienes tenemos que velar como Madres, en la medida de nuestro alcance. A los que viven en el pueblo, semanalmente los visitamos llevándoles a Jesús Sacramentado, para que sea su fortaleza en medio de sus dolencias. A los ancianos que están en los otros pueblos les visitamos cuando estamos de misiones por la zona.
La abuelita Casilda vive en un paraje que corresponde a Molinero, uno de nuestros centros de misiones. También ella está postrada, tiene muy poco movimiento, necesita una persona que este a su lado para ser atendida, pero solo cuenta con una hija que hace lo que puede, porque tiene a cargo los animales, su siembra y no tienen vecinos cerca a quien pedir ayuda. La hija llevada de su desesperación recurrió no solo a los médicos sino también a los hermanos separados en la fe, en busca de una curación. Al gastar lo poco que tenía aceptó que la enfermedad es debido a la edad de la mamá. Nuestra visita le reconforta y cuánto desearíamos quedarnos un poco más, pero nos es imposible, ya que al estar las casas alejadas una de otras necesitamos tiempo para poder llegar a otros que nos esperan. Todos nuestros abuelitos adolecen de varias enfermedades, sobre todo de dolor de rodilla, debido al dejaste por el trabajo realizado en su juventud.
La abuelita Teodosia, no es tan anciana, sin embargo, padece de una enfermedad misteriosa. De repente sintió escozor en la nariz y de tanto rascarse se hizo una herida que no cicatriza, que cada vez avanza hacia adentro, y lo peor es que ya ha comenzado a infectarse. Vive a dos horas a pie, de uno de nuestros pueblos, la enfermera del lugar suele ir una vez a la semana a curarla. Nosotras además de llevarle el alimento para el cuerpo le llevamos también el alimento espiritual, pensando que tal vez en nuestra próxima misión, ya no la encontraremos. Doña Teodosia es muy espiritual acepta la voluntad de Dios en su sufrimiento. No tiene cura porque no tiene medios para salir a la ciudad y hacerse un estudio médico. Solo espera que Dios se acuerde de ella y la lleve a su lado.
Don Florencio fue uno de nuestros catequistas, él padece de una enfermedad que no tiene curación. Está postrado en cama, si bien los hijos le ayudan económicamente se siente abandonado, porque sus vecinos no se acuerdan de visitarle. Estos son sólo algunos de los tantos abuelitos que Dios nos ha confiado para que les aliviemos corporal como espiritualmente.
Patmos Tin Tin, Bolivia