Sagradamente leemos la Biblia si la leemos no con profana curiosidad, sino con sincera hambre de Dios: “he aquí que vienen días, oráculo del Señor Yahvéh, en que yo mandaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Yahvéh (Amós, 8,11). “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4,4). “Bienaventurados los que tiene hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mt. 5,6)
Sagradamente leemos la Biblia si pedimos a Dios que nos ilumine. Está bien estudiar la Biblia: “Por encima de todo suplica al Altísimo, para que dirija tus pasos en la verdad” (Eclo. 37,15). Debes rezar como lo enseña con maestría el salmo 119: “Indícame el camino hacia tus mandatos y meditaré en todas tus maravillas” (27). “Dame inteligencia para guardar tu ley y observarla de todo corazón” (34). “Legue mi grito a ti, Yahvéh, por tu palabra hazme comprender” (169).
Sagradamente leemos la biblia si nos guiamos por la explicación que la Iglesia nos da de la Biblia. La misma Biblia dice, por ejemplo, de las epístolas de San Pablo que en ellas “hay cosas difíciles de entender, que los ignorantes y débiles interpretan torcidamente, como también las demás escrituras, para su propia perdición” (2 Pdr. 3,16). Y San Pedro sigue amonestándonos cariñosa y severamente: “Ustedes, pues, queridos, estando ya advertidos, vivan alertas, no sea que, arrastrados por el error de esos disolutos, se vean derribados de su firme postura” (2 Pdr. 3,17). Por eso hay que leer sólo las ediciones católicas que tienen notas explicativas necesarias para protegernos contra interpretaciones erróneas del texto sagrado. Siempre debe leerse la Biblia a la luz de la fe y “en la medida de nuestra fe” (Ro, 12, 6).
Que por lo mismo se estudie y se sepa bien un catecismo ¡Auténticamente católico! Entonces se leerá la Biblia catequísticamente, y el Catecismo Bíblicamente; esto es lo ideal. Pues de
este modo, se va “de fe en fe” (Ro, 1,17), e.d. de auténtica fe a más clara fe, más profunda fe, “que es fuerza de Dios” (Ro. 1,16).
Que también la Tradición es Palabra de Dios. “Así, pues, hermanos, manténganse firmes y conserven las tradiciones que han aprendido de nosotros, de viva voz o por carta (2 Tes. 2,15). La Biblia y la Tradición son Palabra de Dios. La Iglesia nos enseña y explica las dos. Guiados por ellas siempre estamos por camino seguro.
“LA TRADICIÓN DE NUESTRA IGLESIA
Es maestra indispensable
Y doctora insuperable
en la interpretación
y fiel explicación
DE TODA TRADUCCIÓN
DE NUESTRA BIBLIA!
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