La Verdad parece desterrada del mundo. “Desaparece la lealtad entre los hombres! Falsedades se dicen entre sí, con labios melosos y doblez del corazón” (Sal. 12, 2-3)
La Verdad tiene una patria en la Biblia. Habla en ella el Rey de la Verdad que ha dicho. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn. 14,6). Lo que dijo Él a su Padre, se lo decimos con cariñosa convicción a la Biblia: “Tu Palabra es verdad” (Jn. 17,17). Más que el corazón de Pablo tiene la Biblia el derecho de decirnos contestando: “la verdad de Cristo está en mi” (2 Cor. 11,10). Está en ella la Palabra de la verdad, “a la cual hace bien en prestar atención, como a lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que despunte el día y se levante en sus corazones el lucero de la mañana” (2 Pdr. 1,19).
La lectura diaria, sagrada y atenta de la Biblia, nos ayuda para penetrar siempre más en la verdad y perseverar en su práctica: pues Jesús promete: “Si se mantiene fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos, y conocerán la verdad” (Jn. 8,31-32). El discípulo así formado por la constante lectura bíblica confesará al Señor: “Gano en sagacidad a mis maestros, porque medito tus dictámenes” (Sal. 119,99). Ya no tiene que temer a los enemigos de su salvación, porque “Tu mandato me hace más sabio que mis enemigos, porque es mío para siempre” (Sal. 119,98)