Cuaresma, tiempo ideal para hacer nuestras acostumbradas misiones y ayudar a nuestros fieles a transitar su camino de conversión. Esta misión la realizamos Madre Luisa y Madre Joaquina. Íbamos a visitar pueblitos de nuestra Parroquia de Andamarca y los lugares elegidos serían Valle Paurán y Pumabamba. Nuestro obispo auxiliar de la diósesis de Huancayo -Luis Alberto Huamán Camayo- visitaría por primera vez el lugar, al igual que Madre Joaquina.
Sorprendentemente los policías y todas las autoridades del lugar se habían organizado para un solemne recibimiento. Todo el pueblo esperaba y hasta habían organizado un almuerzo de recepción, pero como son tan pobres sólo pudieron ofrecernos «papita sancochada y queso», comida típica de nuestra sierra peruana.
En los pueblos que visitábamos hacíamos nuestra catequesis, rezábamos el santo rosario y el Vía Crucis, y preparábamos a la gente para la Santa Misa y las confesiones. Mons. Luis Alberto estaba muy contento con la preparación de nuestros fieles.
Era un jueves Santo. Llegó el momento de la Santa Misa y Monseñor comenzó su prédica. «Para mí cada jueves santo es un regalo tan grande, que no lo merezco. Y les cuento porqué. Alguien estaba embarazada. Se sintió mal, va al médico y le dice -Usted lleva cinco meses de embarazo, pero debe abortarlo porque de lo contrario usted va a perder la vida. Elija salvar su vida y cuidar a su esposo e hijos pequeños o el niño que va a nacer. Ella eligió salvar la vida de su bebé y murió. ¿Saben quién era ese niño? -preguntó a la gente- Ese niño era yo, ella murió para que yo viviese. Por eso cada jueves santo agradezco a mi madre que yo sea sacerdote, aunque mis hermanos me culpen de su muerte». La gente se sintió muy conmovida, al igual que nosotras, y agradecimos a Mons. por su testimonio.
Regresamos a la sede y allí celebró el Domingo de pascua. Al finalizar nuestra misión, nos agradeció nuestro testimonio de Misioneras de Jesús Verbo y Víctima. «Muchas cosas he aprendido de ustedes en esta misión- nos dijo- la primera es cómo se aprenden los nombres de cada uno de sus fieles y, segundo, es ver la sencillez con la que la gente se acerca». Esto nos llenó de alegría, y a pesar de que no buscamos honores y grandezas, vemos recompensado nuestra labor misionera aun cuando trabajemos en la alejada y peligrosa zona del Vraem. Gracias Mons. Luis Alberto por visitarnos y darnos un gran testimonio de sencillez y humildad.